Clinical Research Insider

Así es como termina el mundo

Por: Dante Alducin*

Hace mucho tiempo, cuando era aún pequeño, no recuerdo bien cómo mi hermano mayor chocó de frente con el auto y un cinturón de seguridad defectuoso permitió que me golpeara en el tablero. El resultado: un tabique de nariz desviado me acompaña desde entonces. A los quince años, mi perra me tiró sobre el filo de un escalón de mármol, todavía se ve la cicatriz al día de hoy. A los veinticuatro años me quemaron la tiroides con yodo radioactivo porque se había vuelto loca. A los treinta y uno me lesioné la rodilla en un accidente francamente estúpido. Y probablemente, si hiciera un recuento más exhaustivo encontraría más cicatrices que añadir a la lista.

Todas estas cicatrices tienen algo en común, son tangibles. La mayoría se pueden tocar y todas se pueden ver de una manera u otra. Sin embargo, después de esta pandemia todos nosotros tendríamos que contar una cicatriz más a lo que sea que estemos cargando: la cicatriz de la pandemia. Este tipo de cicatriz es mucho más compleja de lo que podemos pensar, nos hizo cuestionar nuestro propósito en la vida e hizo que nos diéramos cuenta de que, por más que nos gusta evadirnos en el trabajo, el hedonismo o donde sea que más nos guste, al final todos tenemos el mismo destino: la muerte. Esta pandemia demostró que la gente aborrece el encierro porque al estar consigo misma no puede evitar hacerse las grandes preguntas y ver en muchos casos cómo ha tomado las decisiones equivocadas.

De una manera o de otra, todos hemos pasado por lo mismo: veo que me voy a morir, me doy cuenta de que soy frágil y que muchas de las decisiones que he tomado no me hacen feliz ni mejor persona. ¿Cuánta gente conocen que se dio cuenta de que son pésimos padres? ¿Cuántos se dieron cuenta de que su matrimonio es una farsa? Y también están aquellos que se dan cuenta de que su trabajo de vida no tiene sentido, que están vacíos por más yoga, religión, fitness y cachorritos rescatados que ocupen su día. Si no me crees, acuérdate de la “gran renuncia” y consulta las estadísticas de divorcios, suicidios y violencia doméstica.

Es como señaló T.S. Elliot en su poema “The Hollow Men”:

‘…This is the way the world ends

Not with a bang but with a whimper.’

No diré que esta pandemia fue buena o mala porque es un fenómeno amoral y cíclico que ha sucedido desde antes que nuestros ancestros durmieran en las ramas de los árboles. Pero si hay algo de provecho que sacarle a esto es una profunda reflexión sobre quiénes somos y nuestras prioridades. Ver las cicatrices invisibles que nos dejó: trabajar para tener una vida más congruente, ser coherentes con nosotros mismos, darnos gusto antes que a los demás y tener el valor de vivir para hacer lo que realmente estamos destinados en esta vida.

Si viviéramos de este modo, valoraríamos de verdad el breve tiempo que se nos ha concedido en este mundo. Nuestras cicatrices invisibles nos harían mucho más fuertes y la siguiente vez que “the old grim reaper” nos mire a los ojos tendríamos la serenidad de devolverle una sonrisa llena de satisfacción.

Dante Alducin*

QFB con el programa Specialization in Leading People and Teams por la Universidad de Michigan. Tiene 12 años de experiencia en Investigación Clínica. Fundador de Blast! Academy y conductor del podcast Ruido Blast!

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